jueves, 26 de febrero de 2015

Gaviotas

   Las gaviotas estaban posadas en la playa, bajo un cielo turbio de grises, blanquecinos como la  ceniza de encina agotada en el alba del día.



Permanecí  sentado frente al mar con la mirada clavada en el infinito de mis pupilas, esperando una ola, cualquiera que tuviera la osadía de  empapar mis pies, un juego infantil al que me preste sin temor.

Empece a contarlas.

Cuando me pregunto que hacía allí, sentado en medio de la playa, no pude articular palabra, le pedí con los ojos que se sentara  indicándole un lugar a mi lado.

No miro las olas.
Cuento las gaviotas.
Vengo al atardecer de los días nublados, es cuando se posan en la arena y permanecen estáticas. Entonces las cuento.
Esa fue la respuesta que le di después de enumerarlas.
Me miro con ojos extraños y permaneció en silencio mientras abrazaba sus rodillas.
Hoy también falta una.
No se si lo dije en voz alta o lo pensé, no respondió.
Puede que ella también estuviera contándolas.
Transcurridos unos minutos de silencio se levanto, al hacerlo provoco que las gaviotas alzaran el vuelo. La vi dirigirse hacía la orilla.
Su despedida quedo suspendida entre la espuma.
Se encontraba de espaldas a mi, justo en el limite que había marcado la ultima ola, apretujándose a si misma, me imagine que miraría el indefinido horizonte.
De nuevo empece la cuenta.


Cuando iba por la numero diecisiete volvieron a elevarse alborotadas. Una vez más, se había sentado a mi lado y ese simple movimiento, había alterado mi cuenta y las gaviotas.
Siempre te faltara una, -me dijo, puede que más. No pretendo ser entrometida, continuo, pero no tiene sentido lo que haces.
Sus palabras no me sorprendieron, en el fondo yo mismo sabia que era inusual.

¿Quien cuenta gaviotas al atardecer?.

Lo más curioso, -continuo- es que las gaviotas tienen patrones de comportamientos casi humanos, complejos, al igual que nosotros.
Seria cierto, -pensé para mis adentros-.
 Dos personas desconocidas, sentadas en una playa desierta, confirmaba su teoría.
La mire, las mire, mientras trazaba jeroglíficos en la arena inconscientemente.
De nuevo se habían vuelto a posar a unos metros de nosotros.

Una vez leí que las gaviotas duermen en olas de sueño.
Ehhh! -no entiendo-.
Sí, es cierto, supongo que al científico que lo aseguro también le gustaba contarlas,  como tú.
Y de nuevo se volvió a levantar impulsada por un resorte desconocido, como las gaviotas, instantáneo.
La vi alejarse en dirección al paseo haciendo un gesto de adiós mientras se balanceaba por la arena.
"Olas de sueño", repetí y cerré los ojos, parecía el comienzo de un haiku.
Ni tan siquiera nos habíamos presentado,¡ que extraños comportamientos!.

                                             Olas de sueño
                                             espera la gaviota
                                             atardecer.





"Que como la gaviota, a las olas que ha rozado, lanza un eco jovial, una pluma del ala, ella dejo por doquier un dulce recuerdo de ella." (Stéphane Mallarmé)


Si queréis información:


viernes, 20 de febrero de 2015

Caretos

Ya se rompió el silencio del invierno.
Salieron de la nada o bajaron de la montaña, no lo sé, mas bien creo que estaban junto al lago, guardando los cuentos antiguos, esperando el momento de cruzar a los mundos del sueño, seductores y misteriosos.

Sus trajes hechos de trozos de colchas coloridas que antaño cubrieron  catres.
Los rostros encerrados tras mascaras narigudas de cinc pintado de rojo o de cuero viejo.
Cencerros que atados a su cintura alertaran de su paso y en su mano un cayado, con el que atraer a las jóvenes a un "entrudo chocalheiro"


Janus quedara en el recuerdo frío del pasado.
Ahora es el tiempo del dios Saturno, de pedir protección a los rebaños y de saludar a la primavera incipiente en el valle transmontano.
De mudar al señor en esclavo, al esclavo en rey.
De burlar al vecino, de aceptar un casamiento ficticio, de brincar hasta las casas altas donde se resguardan las mozas.
De proclamar desavenencias guardadas.
De incitar y bailar.






Descenderán por las calles empinadas de la aldea unas veces amparados por la noche, otras a plena luz del día ocultos tras sus mascaras, solo se libraran del encuentro las "matrafonas" , que ya no les temen, ocultas también ellas de su condición de mujer.



Los "facanitos" seguirán imitando  sus tropelías, como duendes o demonios, en un ritual de iniciación, la sangre nueva que se presta alborozada a continuar con la tradición.


Se reúnen los guardianes de la magia de otros tiempos, ocultos sus rostros humanos  tras las caretas que los transforman, hombres o dioses, vivos o muertos y al mirar del pueblo, demonios.


Nosotros los contemplamos como testigos solapados a su tradición, transeúntes incautos de sus burlas.
Y nos dejamos llevar, embrujados en sus barullos de  melodías roncas, viajeros animosos a este encuentro transcendental.


Llegada es la hora de desprender el pasado, de sacudirnos las rencillas.
Ya esta todo públicamente dicho y todo pasado, el amo burlado, el esclavo coronado, la casada cortejada, la moza...
La moza, ¿ dices?. "As raparigas solteiras dançan a entrudo chocalheiro.
Llama a su puerta que te responderán: ¡pasen los que vengan!.
Convidados somos.
 Y  ... ¿ el vino? ... no ha de faltar, disfrutemos , aquí, en el territorio "do Azibo", que comience un nuevo ciclo de vida, entre estas gentes hospitalarias.


Todo ha sido  "permitido" en esta representación teatral de nuestra condición humana.
Esta ha sido nuestra sátira, acábense los matrimonios fingidos y las burlas, demos por finalizado lo licencioso.


Arrojamos el mal, al fuego purificador, nos desprendemos de lo viejo al atardecer del invierno.
Danzamos convocando a la Madre Tierra  para que despierte de su letargo y haga fértiles nuestros campos.



Si deseas saber más:
http://caretosdepodence.no.sapo.pt/

https://www.youtube.com/watch?v=29qkTlJ2kVw

miércoles, 11 de febrero de 2015

Escuchaderos

Recuerdo perfectamente el día que fui allí.
Tu no.
Esa mañana, explosione en una fracción de segundo imperceptiblemente para él.
En los instantes siguientes a la deflagración no encontré ningún motivo para permanecer a su lado. Salí de la cocina mientras continuaba despotricando en el fogón, necesitaba un tiempo muerto.
 -Yo no soy el causante de que se te peguen las lentejas, esa fue mi despedida.
A bocajarro, indudablemente las lentejas no fueron el detonante de ese altercado.
Su respuesta, frenética:  -que te den- ,  con la misma ira con la que frotaba el estropajo contra el fondo del perol, me alcanzo justo cuando cerraba la puerta.
¡Timeout!
Salí de la ciudad llevándome los gemidos de mi corazón, aguantándome las nauseas hasta encontrar el lugar idóneo donde vomitar mis suspiros.
Lo suficientemente alejado de la población y del efluvio de las lentejas quemadas.
Necesitaba la paz de un lugar en el que desconectar las alarmas que había hecho saltar en mi interior, un espacio donde calibrar mis pensamientos sin sus interferencias.

Escuchadero, así denomino yo a esos lugares indeterminados, donde me refugio, donde me tranquilizo, donde evaluó, donde grito, donde me escucho. En la ciudad tengo dos... tres.



Pero en  esta ocasión los habituales de la urbe no me sirvieron, tuve que hacer varios kilómetros para llegar a este, perdido en mitad de la nada, donde al menos se respiraba un aire puro que ventilo mis pulmones.

(Creo que tu también tendrás ese escuchadero especial, no me lo digas, es tuyo, para sentirte contigo mismo, sin ninguna injerencia.)
Aunque lo complicado es escucharse, al menos para mi, aunque quieras desprenderte de todos los apegos, casi siempre suele quedar un resquicio que nos condiciona.

Apenas habían transcurrido un par de horas, y el móvil creo recordar que había sonado ya tres o cuatro veces. Entendí su intranquilidad, en realidad quería suponer que era solamente desasosiego.
Lo apague, un resquicio menos.
Revolví en mi interior.
Recuerda:
"No eres la charla que oyes dentro de tu cabeza, eres la persona que oye esa charla." (Bill Harvey)




El entorno me tranquilizo y el paseo golpeando alguna que otra piedra hicieron que cambiara de perspectiva.
Regrese desprovisto de mi armadura.
Cuando entre en casa reclamándole para  pedirle disculpas apercibí en sus ojos que seguía con un desanimo latente.
Un fuerte olor a vinagre inundaba la cocina, pero esa no era la causa de su mirada.
Yo también decidí utilizar un remedio casero para ablandar la costra que se nos había formado.
Le pedí disculpas, y espere pacientemente en el sillón un inicio de dialogo.

Estaba allí para escucharle con humildad, con sencillez. Mi voluntad  estaba dispuesta y disponía de todo mi respeto.



Si sabes escuchar, muchos irán a hablarte. Sé atento, silencioso, recogido. Tal vez, antes de que pronuncies una palabra constructiva, el otro se habrá ido, feliz, liberado, iluminado. Pues lo que inconscientemente esperaba no era un consejo, una receta de vida, sino alguien en que apoyarse.   ( Michel Quoist )

                                                                      Gracias.

jueves, 5 de febrero de 2015

Barrio Oeste

Ya hace unos días, volví a pasear por nuestro barrio. Lo recuerdas, verdad.


Tú te fuiste de él antes que yo, arrastrado por el progreso económico de tus padres que te separaron de nuestro barrio y te realojaron en el centro. Al principio te solías escapar, para enseñarnos la bici flamante que trajo aparejada el nuevo piso.
 Eso sí,  -céntrico-  como decías que decía tu madre cuando se encontraba con la mía.
 Venias a llenarte de polvo las manos y las rodillas en esas calles aún sin asfaltar. A trepar a los arboles.
¡Claro! la "rabasa-derbi" "molaba" más en las calles del barrio.
 Recuerdo que aprovechábamos los montículos de tierra, que habían sacado los obreros cuando estaban cambiando el suministro de agua, para jugar a las trincheras con nuestras escopetas de pinzas y goma elástica o para hacer carreteras del tamaño de nuestras palmas con sus puertos de montaña y curvas cerradas donde competían nuestros ciclistas favoritos,  a golpe de pulgar e indice, encerrados en la chapa con un poco de plastilina.
La "rabasa" apenas nos la dejabas.
A medida que taparon las gavias y empezaron a echar el asfalto empezaste a venir mas de tarde en tarde, supongo que no era lo mismo pintar con una tiza en el asfalto, "pa" jugar a los platillos, ya no había puertos y cuando se acababa ese clarión que le habíamos quitado al maestro, teníamos que ir al descampado a por trozos de teja.
 Venias a cambiar los cromos y a jugar al monta y pica.
La bici te la quitaron los niños de las casas de los "Piza"
A medida que el hormigón fue cubriendo nuestras barricadas imaginarias, cuando ya no pudimos hacer hoyos en la tierra para jugar al "gua" o al "clavo" fue cambiando también nuestra vida y nuestros juegos, ¡ crecimos !.
Yo me quede un poquito más, ¿te acuerdas?.
 Me quede esperando a esa chica  que vivía al borde del descampado, casi en territorio enemigo, donde hacíamos las hogueras, sí,  donde ponían los "chocones", a esa que olía tan bien en las verbenas de la plaza y que no quería bailar con nosotros, hasta que un día ella también se fue.
Luego yo también me marche.
Creo que el barrio quedo como dormido, como en en un "impasse".
Tú lo estas viendo desde otra distancia, desde las alturas las cosas se ven pequeñitas.
Por esto te cuento...
El kiosko que había en la plaza donde cambiábamos los tebeos antes de ir al colegio, lo quitaron con la remodelacion y también arrancaron los arboles, pusieron una fuente grande. Sí, esos arboles grandes llenos de pámpanos que solíamos comer cuando no teníamos pipas, plantaron otros más pequeñitos, ahora han crecido y lucen con sus trajes de colores, pero no tienen pámpanos.


Pase por la calle, donde vivía ese señor que nos contaba las historias del "Nini", ese niño que cazaba ratas, años más tarde descubrí quien era el Nini y comprendí, porque el anciano que nos observaba apoyado en su bastón, hablaba tan poco con los mayores.
 Las puertas cochera que tantas veces nos sirvieron de portería en aquellos años, ya no tienen las marcas del balón, ahora están  en silencio pero aún así me gritan a los ojos ¡cambio!, ¡a entrado!
¡goooool!



He bajado por la avenida donde estaba el almacén de maderas hasta el limite de nuestro barrio con el centro, a las puertas de la iglesia redonda, donde por estas fechas se apostaba el vendedor de las gargantillas de San Blas, esas cintitas de colores que nuestros padres se empeñaban en colocarnos como un collar y que no había manera de quitarse sin ahogarte. Luego entendí que era para protegernos la garganta,¡ a nosotros!, que después de haber trazado el recorrido de las chapas con las palmas de las manos nos las frotábamos al pantalón y ya estaban limpias, para comer pipas o pámpanos.


No he llegado al colegio, pero si me he acordado de las canicas que te ganaba jugando al triangulo en el patio bajo la atenta mirada del maestro de turno. He subido por la calle por la que hacías caballitos cuando venias al barrio. ¡Mira! ahora te hubieras dado de morros por mirar como luce.



El barrio esta bonito, chaval, vuelve a lucir de nuevo, las pequeñas tiendas se están revitalizando, vuelven personas nuevas, los que se quedaron han cogido de nuevo aire junto a los jóvenes que lo están dinamizando.


Ahora en  nuestro barrio, se respira de nuevo ilusión.


Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuando? ¿Pero cuando? Si siempre estoy llegando. ( Aníbal Troilo)

domingo, 1 de febrero de 2015

Suposiciones

    Hoy he vuelvo a pasar por el Riad, ¿te acuerdas?.

Supongo que no, aunque en realidad ya carece de importancia, a estas alturas de mi vida este recuerdo aparece difuminado y solo se hace nítido cuando me encuentro en esos viejos lugares en los que supongo me amaste sin yo darme cuenta.
He evitado la puerta de entrada y lo observo desde el otro lado del jardín,  justo donde aparcábamos el automóvil nuevo, ese que tanto te gustaba y que compraste de la noche a la mañana, en un alarde de independencia.
Ahora el Riad se encuentra tan cercano a mí como tú lo estabas  aquellos días en los que danzabas frente al espejo haciendo sonar las monedas del bedlah, mientras yo te miraba con mis ojos cansados.
Supongo que sigue igual, desde aquí veo la moqueta  que cubre el entarimado de las escaleras que suben a las habitaciones.
La numero cinco.
Si, esa que traspase agotado de un largo viaje. Aún tengo en mi retina ese tono rojizo de la seda que cubría el dosel de la cama.
Ese día estaba cansado, supongo que como todos en los que finalizaba un trayecto a las puertas del Riad o de cualquier otro, tú te apoyaste en la baranda de la galería que daba al cenador, me gustaba verte de espaldas, supongo que para no ver tus ojos interrogándome.


Permaneciste en silencio mientras desemparejaba la ropa de la maleta, ajena a mi, encerrada en tu mundo, cometí el error de preguntarte en que pensabas, ahora supongo que fue un error preguntarte, en esa ocasión y en otras, tu respuesta con indolencia ...en nada.
Aquel día salimos a cenar, lo recuerdo bien, descendimos por una calle empinada separados por un metro de desafecto, no deseabas que te diera la mano y menos que la colocara en tu hombro. Me hiciste sentir distante a ti, como un transeúnte mas dirigiéndose al bullicio del puerto.
Apenas nos dirigimos la palabra durante la cena, supongo que quedaste agotada de charla después del rato que dedicaste a pormenorizar con el camarero como deseabas la ensalada.
Ya  estaba acostumbrando a tus silencios, desamparado quizás de tu corazón, supongo que por eso, cuando se acerco el vendedor de rosas, lo ignore.

Cuando regresamos ya era noche cerrada y nos perdimos en el vericueto de calles, supongo que me extravié yo.
Aguante tus reproches en ese metro de frialdad, nunca te gusto este pavimento deforme que destrozaba tus tacones.
Supongo que por eso cuando llegamos a la habitación  me quede sentado en la galería, fumando, distorsionando mis pensamientos mientras dormías.



Por aquel entonces ya no te escribía, hacia tiempo que me había cansado de dejarte poesías en la almohada, supongo que cansado de tu indiferencia.
Nunca supe que hiciste con ellas, cuando volví a aquella casa de la aldea solo estaban las rosas marchitas en copas de cristal y unas volutas de versos en la chimenea, supongo las incendiaste en el arrebato de tu huida.
Esa noche supongo que me acostaría a tu lado, como otras noches buscando la calidez de un abrazo dormido. Pero esa noche, esa noche, ya te habías ido.
He dejado atrás el Riad, dando tregua a mis pensamientos, supongo que otro día volveré a pasar, siempre por el otro lado de la calle, donde no me alcance la esencia de la piel que ame.

"Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas." (Chavela Vargas)