domingo, 22 de noviembre de 2015

Páginas en blanco




No me siento deseado, estoy triste.

Esta frase aparecía en varias páginas del diario y a continuación un amplio espacio en blanco, impoluto, premonitorio.

Hoy también le dije que estaba guapa, que la veía bonita con ese vestido que dejaba al descubierto sus hombros y parte de su espalda. en realidad esta bonita con cualquier cosa.
Dice que se lo compro en Valencia, pero que aquí hace frío y casi no lo usa, que necesita algo más confortable y rebusco otra prenda en el armario.
Tenia deseos de abrazarla y besar sus hombros lentamente mientras hacia descender la cremallera de ese vestido, en realidad tenia ganas de hacerla el amor, sera por los niveles de testosterona, no se donde he leído que son mas altos por las mañanas. 
Me he comido mi testosterona..., como hacia dentro. 
Mejor dicho, la he desayunado.
Me ha dejado una sensación extraña, como de dolor, de vacío o de grito, no lo sé.
No es el momento,  parecía repetirme la gaviota que suele posarse en el alero del tejado para devolverme a la realidad con sus graznidos.
Creo que le altera que golpee la cucharilla frenéticamente en la taza. A la gaviota.

Dos páginas en blanco, como si fueran una de espera y otra de transición.

Anoche me acosté mas temprano, no, no estaba cansado, le dije que me apetecía irme a la cama, que si se venia ella también.
Me fui desnudando de espaldas a la puerta y lo hice con premonición, despacio, esperando su llegada, por si me sorprendía rodeándome con sus brazos para soltar los botones de la camisa.
No ocurrió nada. 
Deje una luz tenue encendida y la persiana a medio bajar, la claridad de la luna se filtraba por los agujeros.
Espere, espere.
No merece la pena enfadarse antes de dormir, supongo que también lo he leído en algun lado.
He dormido bien. 
No quería quedarme dormido.
 ¿cuanto tiempo espere?

Un signo de interrogación ocupa toda la pagina, resaltado, como trazado repetidamente durante mucho tiempo, parte de la tinta había quedado impresa en la hoja anterior, como un calco.

Hoy me entretuve en la ducha, cerré los ojos y deje que el agua resbalara por mi cuerpo hasta que se agoto el termo y la sensación de frío me golpeo.
Contemple mi imagen en el espejo, todo era normal, supongo, al menos para mi. 
Solo nos habíamos duchado una vez juntos, no se porque vino a mi mente ese recuerdo, ni tampoco porque se mezclo con el que tenia cuando una vez la lave el cabello, eran como dos flash mentales con una alta carga erótica.  A fin de cuentas, la carga erótica estaba en mi mente, aquella vez no paso nada, bueno, mi testosterona se fue por el desagüe  creo que acompañada de pompas de lamento con fragancia de desaliento.

Varias páginas en blanco.

Hace varios días que he regresado y demasiados para que vuelva.
No se, creo que debo adquirir una planta.
Hoy he tomado dos cafés, estaría bien tener una planta con flores sobre esta mesa, no se porque pienso esto, puede que lo leyera en algun sitio y ese pensamiento a vuelto a mí.
Me haría compañía, sera mi subconsciente, me pregunto.
Sí, definitivamente comprare una planta, con flores. Se me da bien cuidar una planta.
Tengo que cuidar más de mí, ella me ayudara.



Entre las páginas en blanco,  pétalos de flor y una poesía.

Voy a arraigar en ti. Mis fuerzas más oscuras
remueven lentamente la tierra de tu alma.
Quisiera penetrarte y enraizar mi esencia
sobre la carne viva que nutre tu fervor.
Ahondaré en ti mismo y abrasará tu sangre
el fuego de la mía rebelde y soñadora.
Invadido por mi, derribaras la cumbre
que te aleja del cielo.
¿No sientes mis raíces? Tu tallo
florecido,
ebrio de sí, eterniza mi cálida
fragancia.
¡Irguiéndolo alzarás la copa de mi frente,
hasta volcar su zumo en los labios del sol!
                 (Ernestina de Champourcín)

domingo, 8 de noviembre de 2015

Domingo en la aldea.



Los domingos que dormía en la casa de la aldea solía despertarse antes que ella, por naturaleza, como acostumbraba a decirle,  -soy más de mañana-  le había expuesto al principio, poco tiempo después de conocerse.
Ella permanecía en la otra cama completamente tapada con los cobertores, apenas quedaba al descubierto un trocito de cara, eso le hacia gracia, sonreía para sus adentros mientras se vestía lanzando miradas furtivas por si  abría los parpados y le invitaba a compartir la calidez de su lecho, a veces se le dibujaba una sonrisa mientras se abotonaba la camisa al imaginar ese cuerpo tibio cubierto de edredones, eran pensamientos fugaces que desaparecían justo cuando recogía los zapatos y salia descalzo por el amplio pasillo alfombrado.
La puerta de la habitación apenas hacia ruido  al cerrarse desde que el la arreglo una mediodía, justo antes de la comida familiar de los domingos,  ese hecho lo recordó mientras se calzaba en la amplia baranda iluminada por los primeros rayos de sol.
Seria el tercer o cuarto fin de semana que pasaban allí; aquella noche se habían quedado en la cocina viendo una película en versión original , cuando se fueron a acostar, él intento cerrar la puerta sin hacer ruido, no hubo manera, tras el portazo se echaron a reír, sus padres  ya sabían que estaban en la habitación, se sintieron como dos adolescentes imaginando  las elucubraciones que surgirían en el dormitorio de al lado tras el golpe y las risas, a la mañana siguiente su padre se acerco con un destornillador y una lima , "portanto"  -dijo- y le indico la puerta, desde entonces él salia sin perturbar los sueños.

Descendía por la escalinata haciendo equilibrio para no pisar los caracoles que se replegaban hacia la madreselva que la adornaba. La perra, un cruce de perdiguero y  pointer se agitaba en su espacio reclamando su atención, le abría la puerta y se miraban cómplices antes de que ella saliera alocadamente hacia el gallinero donde se plantaba haciendo una muestra con su pata derecha, él sonreía alegremente, ambos recordaban sus tiempos de cacerías.



Encendía un cigarrillo y paseaba por la huerta caótica, donde todo crecía a su libre albedrío, una higuera pegada al gallinero ofrecía higos inalcanzables, volvería a podarla a finales de febrero, -pensó- , al lado un nogal había desprendido sus frutos, algunas nueces habían quedado atrapadas en el emparrado de los kiwis, piso sin darse cuenta un níspero maduro que la perra olisqueo antes de salir disparada tras un gato amarillo que trepo a un naranjo para luego saltar a un peral donde observo burlón a su perseguidora. Arranco unas hojas de las berzas que crecían al lado de las fresas y apurando el pitillo se dirigió de nuevo al gallinero donde arrojo las hojas a los "pintos", pronto alguno de ellos iría a formar parte de un arroz de cabidela, se le hizo la boca agua.
 Diana, la perra, se hacia la remolona, él la engatusaba con los cereales y accedía a dejarse encerrar de nuevo moviendo la cola.



El trayecto hasta el "tasco" era de apenas trescientos metros y discurría por la carretera nacional,  se encontraba ubicado al lado de la iglesia, suponía que como en casi todas las aldeas, a fin de cuentas la iglesia era un buen reclamo y parroquianos no habrían de faltar, la pequeña y oronda regente del establecimiento lo miraba con disimulo, sobre todo las primeras veces que fue, al igual que los habituales de esas horas tempranas de café y cachaza, el no le daba la mayor importancia y hasta le resultaba divertido.
Seguramente se preguntara la buena mujer quien seria aquel extranjero que le pedía un café con acento español. Hojeaba el periódico inmune a las miradas escrutadoras a la espera que ella le "ligase" al móvil, sí, le gustaba utilizar esa palabra en otro contexto, como otras muchas que luego adaptaba en sus escritos.
Instantes antes de que ella le "ligase" acaba de leer un prologo de Clara Ferreira Alves sobre la poesía de Alvaro de Campos: "Nada há de mais perigoso num escritor do que o coraçao romántico. O coraçao romántico faz perder o controle do verbo e da técnica..." , solía quedarse pensativo con el bolígrafo entre los dedos y luego escribía algo en su bloc.
Cuando ella le ligaba el pagaba los dos cafés consumidos y desandaba el camino hacía la quinta.