domingo, 25 de octubre de 2015

Sábado

Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días , porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos... (Eduardo Galeano)




Desde hacia un tiempo vivía solo en aquella casona, una segunda planta con vistas al tejado de la iglesia, un tejado de color verde.
No es que fuera muy ortodoxo, -solía pensar-, a la vez que se hacia la suposición de que el párroco ante las continuas goteras decidió sustituirlo por ese material tan versátil y moderno.

Poco a poco fue reduciendo los espacios habitables, en un principio el dormitorio de los niños, carente de algarabía y juguetes, aún quedaban las dos camitas con sus edredones de motivos infantiles y un póster de un cantante adolescente tras la puerta del armario.
Bajo la persiana y cerro la puerta, nunca más volvió a entrar.

Rehízo la cama de matrimonio con las sabanas de hilo bordado, con parsimonia, procurando que no quedara una sola arruga y con las medidas adecuadas, tal y como había aprendido en el ejercito. Aunque no era muy castrense, dispuso un cojín a juego con la colcha, lo situó encima de la almohada exactamente en el centro del cabecero de madera torneada.
Era una habitación amplia y luminosa con una balconada al exterior, demasiado espacio para un hombre solo y divorciado, aunque eso carecía de importancia.
Esa pasaría a ser la estancia para invitados, si es que algun día alguien le visitaba.
Cerro las cortinas y dejo que la luz entrara tamizada proyectando sombras difusas que se adueñaron del espacio a su libre albedrío, una pelusa quedo atrapada por un cabello  justo en el instante en que se cerro la puerta, seguramente por el suspiro  exhalado o por la corriente de aire que se formo.
Traslado su ropa a una estancia más pequeña,  la dispuso ordenada en la comoda ocupando todos los cajones primorosamente forrados en papel, menos el superior derecho, ese, lo reservo para ella, colocando unas prendas delicadamente dobladas, sonrió para sus adentros, tan solo una de ellas podría delatar una presencia femenina en la estancia, suspiro mientras veía proyectada en el espejo la imagen de un retrato de mujer.
La cama permanecía deshecha en su mitad, testigo de que solo había dormido una persona, un lecho en el que se nace, se ama, se muere, donde se llora y se estremece con la ultima convulsión, un espacio donde acontece el ciclo de la vida.
La deseo aquella noche cuando se acostó y se quedo quieto, con los parpados cerrados, reconstruyendo mentalmente la imagen de su cuerpo.
Ahora, al mover su retrato frente a él, volvió a pensar lo que no le había confesado antes, ese deseo, ardiente , de que ella recorriera su piel con todos sus defectos y sus cicatrices, le gustaba imaginarla con sus gafas de pasta negra observando minuciosamente su cuerpo desnudo, a horcajadas sobre él.
Penso que quizás ella tuviera algún temor  o acaso su propia desnudez no le agradaba y la única forma de alejar ese miedo, fuera mirarle con la vista distorsionada por la miopía que produce la oscuridad, esa idea le entristeció, sus pensamientos se atenuaron como la llama de la vela que ardía en la mesita de noche, la había colocado allí, deliberadamente, si un día se volvía a producir un encuentro entre ellos, él la desnudaría frente a la temblorosa luz, con esa lentitud minuciosa que borra la timidez. 
De un soplido la apagó y una voluta de fragancia se unió junto a sus deseos para ir desvaneciéndose como las ultimas luces de aquel sábado anodino mientras contemplaba como las hojas del otoño naufragaban en el estanque.



Recogió su cuaderno y anoto: "Sábado, tarde cinzenta e nublado, o teu afastamento torna-se mais palpável. Tenho saudades tuas.

domingo, 4 de octubre de 2015

Instantánea



 Permanezco con los ojos cerrados intentando discernir si el zumbido esta en mi cabeza o acaso es el crepitar de la hojarasca por la que he caminado hasta derrumbarme.

Te acercas, escucho tus pasos.

Octubre, agita mis entrañas y revuelve mi estomago como el mal mosto, algo se derrumba en mi interior una vez más.

Siento el peso de tu mirada.

La tarde se ha quedado de un gris plomizo, la temperatura ha descendido varios grados provocando un escalofrió en mi cuerpo, me he puesto una chaqueta para contrarrestar esa sensación, aunque creo que ese temblor involuntario no es de frío.

Un café, por favor, te suplico.

 Permanezco tumbado en el escalón de la plaza, aunque en realidad me imaginaba sentado en el viejo sofá al que esa misma mañana había colocado una colcha para cubrir los desperfectos de la tapicería en el afán de convertirlo en algo mas visual, seguía siendo igual de incomodo.

Dame algo, una moneda.

 Aquella tarde se escuchaba un ligero murmullo procedente de la calle adyacente que se filtraba como un zumbido a través de los cristales donde una moscón se debatía frenéticamente en una lucha titánica entre salir o quedarse, como yo.

Llueve.

He deambulado mil días perdido en tres otoños de vino y de rosas, cierto que mas de vino que de rosas, aunque ambos me embriagan.
En la maleta guardo el aroma de su pecho y mis lagrimas. Mi traje de los domingos y un cuaderno en blanco. Pensaba escribir.

He escuchado el disparo.

Aquel día descubrí que no existía diferencia entre el sabor de su piel y el café.

Gracias por las monedas.

Un día alguien hablara de mi, quizás tú, fotografo o escritor.