Coji una pequeña mochila, el espacio justo para transportar mi necesidad alimentaria y mi blog de notas, puse rumbo a la sierra de las Quilamas, esta vez en compañía, a un punto desde donde contemplar la provincia de Salamanca.
Desde Linares de Riofrio, el Pico Cervero dista unos 12 km. y se va ascendiendo a él por una pista ancha rodeado de robles aun desprovistos de primavera, acebos, castaños y cerezos ya con sus frutos incipientes.
Ascendí con alborozo, escuchando a mi acompañante sus relatos de vivencias acaecidas por esos entornos tiempos atrás y que hicieron que yo también recordara las mías propias, añadiéndolas, ambas a nuestro recuerdo de ese día. En los momentos de pausa prolongada de la conversación, mi mente retornaba a la gratitud sentida no hacía mucho tiempo, y aprovechando la congruencia del lugar, mis sentidos, una vez más se retribuían de naturaleza.
Podría parecer una pista igual a las ya recorridas, pero no, era diferente, y mi mente lo sabía, apercibía la sutil diferencia de otras ya transitadas, los sonidos producían unos ecos dispares transformando el lugar en algo nacido para mí. Cada paso se transformaba en un descubrimiento y volvían las mismas sensaciones que colmaban mi ser de regocijo.
Después de una parada para la comida, apartados del camino, amenizados por un pequeño arroyo de sonoridad apenas perceptible y con un sol tibio, velado algunos instantes por nubes traviesas, afrontamos la ultima parte de la ascensión, desmarcándonos en el ultimo tramo de las facilidades adosadas a la montaña, ascendiendo con un espíritu jovial por entre las pequeñas escarpaduras.
Desde lo alto, en un pequeño espacio, tenia ante mi, todo un conjunto de tierras, pueblos, que observaba deseando ser un águila, como la que majestuosa sobrevolaba por encima de nosotros los espacios que contemplábamos, dejándose llevar por las corrientes térmicas que tan bien dominaba, soñé en mi ilusión de niño que si estiraba el brazo, el águila se posaría en él, otorgándome la magia de su ser, quise imitar su llamada, para reforzar mi deseo infantil, y la vi alejarse quizás hasta otra cumbre donde otro niño la llamaba.
Mis sueños y mi ingenuidad se los llevo el viento, quedándome un suspiro.
Descendimos en una animada charla, alegres por todo aquello de lo que habíamos disfrutado, animados por un descenso cómodo en esfuerzo físico y de nuevo con la mente atenta a la novedad de un espacio que en el descenso y con el sol declinando otorgaba otros matices al camino.
Ahora, empezaba a comprender la magia, nuestra mente nos deja ciegos si lo que le mostramos es siempre lo mismo, se ha habituado, y para que se sorprenda hay que sorprenderla.
A mi regreso cambiaría la disposición de mi comedor, volvería a tener un espacio diferente, sorprendente.