Hay días en los que uno no puede escribir, unas veces porque las musas encargadas de transformar los pensamientos en escritura ordenada, sencillamente te abandonan dejándote sumido en el caos de los mismos, quizás sea por carecer estos de la importancia transcendental para ser escritos, otras veces uno no puede escribir porque sencillamente el cuerpo no puede debido a un estado febril y de dolor, que es lo que me ha ocurrido estos días de atrás.
Salí de Redondela con toda la ilusión de ponerme en Pontevedra, pero a los pocos metros, empece a encontrarme mal, el desayuno fue despedido de mi cuerpo a una cuneta y los temblores y el frío se apoderaron de mi, al igual que un dolor intenso en un costado, anduve como pude, a trompicones, intentando conjurar el mal estar, pero no pude más, en lo físico, y tuve que acabar en
Cesantes, en una pensión de tres al cuarto, totalmente dolorido y sin ninguna gana de nada, tan solo de que se aliviaran mis dolores de costado y me volvieran las fuerzas. Dormí entre pesadillas, sudores y temblores, y gracias a los analgésicos y a la ingesta continuada de agua cuando me despertaba, pude hacer algo de acopió de fuerzas. Pasado el mal día, desconectado de todo, menos de mi dolor que era el que me interesaba, pude ponerme de nuevo en camino, con un día de retraso nada más.
Me despedí de Cesantes, sin animo de volver, y con las piernas flojas y a pasito lento me fui desplazando hasta Pontevedra, con una suave lluvia, o calabobos, entre asfalto, arcén de carretera y pistas fui acercándome hasta el Ponte Sampaio y cruzar el río Verdugo, aquí tuvo lugar una famosa batalla entre los lugareños y las tropas de Napoleón. Las subidas se me hacían eternas y las bajadas igual, pero dosificandome y haciendo todas las paradas que consideraba mi cuerpo necesarias pude ir recortando los kilómetros que me separaban de Pontevedra.
Llegar al Albergue y tumbarme un rato fue todo uno, intentando aprovechar al máximo todos los minutos de descanso, para mi mejor recuperación, no estaba dispuesto a abandonar, no entraba en mis propósitos, y un malestar puntual no me iba a mermar las fuerzas de mi espíritu. Descanse, recupere fuerzas y me fui entonando, dispuesto a seguir.
A la mañana siguiente, ya en mejores condiciones, volvió la fuerza y con ella se amplio la ilusión, de nuevo volvía a mirar las cosas con la novedad de un niño.
pudiendo dejar la tranquila Pontevedra, deleitándome por sus calles y sorprendiéndome con casi todo.
y de nuevo sumiéndome en estos paisajes verdes, que me estaban acompañando estos días, poco a poco me iba acercando al lugar que me había marcado como destino, y poco a poco formándose en mi interior una complejidad enorme de sentimientos, que debía de ir poniendo en orden, primero y a continuación enfrentarlos.
El camino, estaba aportando a mi vida, muchas cosas, o quizás las estuviera viendo con diferentes ojos o diferente sentir, estaba donde estaba, porque yo me ha había valorado a mi mismo, porque yo había aceptado mi propio reto y porque sobre todo me apreciaba a mi mismo, seguramente si me hubiera dejado influenciar por los demás, nunca hubiera emprendido esta experiencia tan vital y tan mía, puede que hubiera agradado a los demás, pero donde hubiera quedado mi agrado, hubiera quedado sometido a su voluntad, hubiera cumplido sus deseos, pero no los míos, puede que sea egoísta, pero estaba haciendo lo que yo quería hacer, sin más, sin buscar ni bendiciones, ni laureles.
Iba dejando fluir mi vida, como nunca lo había hecho, podía detenerme donde yo quisiera y observar, nadie se paraba a mi lado, porque en realidad me bastaba con mi sola presencia, era mi tiempo, mi sentir, tan solo yo conformaba mi propio universo.
No había venido ha cumplir las expectativas de nadie, tan solo las mías y era el tiempo de hacerlas realidad, pronto voy ha hacer 50 años, me he pasado demasiado tiempo intentando cumplir las expectativas de todos, padres, amores, hijos, jefes, soy como soy, y quiero cumplir mis propias expectativas, quiero cumplir conmigo mismo, me da igual si no lo entendéis, si os sorprende o os causa risa, este camino es mio, como mi vida, podréis estar a favor o en contra, pero nada más, mi sentir es mio.
Y así entre sentires y pasos llegue a Caldas de Reis, ya con el cuerpo perfecto y el corazón caliente.
Esta pequeña población es famosa por sus aguas termales, las cuales no me hubiera importado probar y disfrutar, conformándome con una ducha peregrina.
A la mañana siguiente emprendí el camino a Padrón, por pistas agradables y bosques frondosos y con un tibio sol que agradecí.
Mis fuerzas repuestas con lo que el andar se hizo alegre por las pistas y pequeño trazado urbano por donde deambule, el sentir ilusionado, reconfortado, realizado, cuando llegara a Padrón estaría tan solo a veinte kilómetros de Santiago y con mis deseos cumplidos.
Atrás habían quedado muchas jornadas, las había disfrutado todas, inclusive la que estuve en cama, todas ellas habían aportado algo a mi vida, todos esos pasos dados en solitario, agradeciendo el sol pues forma sombras, agradeciendo el agua, que refresco y limpio mi espíritu, todo había tenido una razón y un ser, y yo, que tuve el valor de vivirlo. Como dijo D. Diego: "sé, que hay mañana, y hay hoy, y sé, que si este hoy se pasa, mañana será otro día, no lo que será mañana."
Con lo cual, llegue a Padrón, al río Sar, a la leyenda de la barca de piedra con los restos de Santiago, a la ciudad de Rosalia de Castro y de Camilo Jose Cela.
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