Me despedí de Santiago, con una lluvia pausada y melancólica, como mi estado, el tiempo que deambule por sus calles, sin rumbo, enfrentado a mis pensamientos, a mi vacío, con un paso sosegado, dejándome mojar, intentando llenar mi espíritu aunque al menos fuera de agua.
Camine por sus calles, que se me antojaron sombrías y bucólicas, carentes como estaban de algarabía humana, la lluvia, parsimoniosa, caía de un cielo plomizo, mientras, los comerciantes de recuerdos aguardaban la llegada de una nueva remesa de peregrinos, de turistas ávidos de sus recuerdos, con los brazos cruzados, mirando una calle difusa entre soportales húmedos y centenarios, al fondo un gaitero puso melodía a la lluvia.
Ahí, casi inerte, me senté, entre paredes grisáceas y mohosas, a formar un remolino en un café humeante, aun quedaban horas de espera para ese autobús que me devolvería a mi punto de salida y que en esos instantes se me antojaba como un espejismo, algo capaz de desvanecerse en un parpadeo de mis ojos, me encontraba en un estado de semiinconsciente, como desperezándome de un sueño, recuperándome de un sentir de vacío desconocido hasta entonces para mí.
Me repetí una vez más, en mi interior, en los abismos de mi ser, -me siento vacío, ¿por qué?, era como si todos mis egos, mis recuerdos, mis pensamientos, mis sentimientos, hubieran adquirido otra dimensión que no alcanzaba a comprender, todo lo contemplaba de una forma diferente, mis sentidos adsorbían la información para procesarla en otro campo totalmente contrario al cual yo estaba tan acostumbrado.
Es ese el resultado de este camino, de este viaje hacía mi interior? Si mis pasos me habían traído hasta aquí, con una clara definición del porque de mi salida, de los motivos para hacerlo, ahora sentía que me había derramado, hasta vaciarme completamente, era como si todo lo que encerraba en mi interior, almacenado cronológicamente a través de un montón de años de existencia, se hubiera dispuesto, reordenado, dentro de mí, con una diferencia, ahora no ocupaba el espacio que antes, me pesaba.
Jamas imagine, que estos días transcurridos entre los espacios, muchas veces de una naturaleza estancada en sueño de otras épocas, donde volvieron a mí los sonidos y el silencio de la tierra, donde pude detenerme a escucharme respirar, a oír trinar los pájaros, sentir el viento entre las ramas, dejarme arrullar por el torrente intrépido, donde mis ojos se acostumbraron a captar todas las tonalidades del verde, a sorprenderse de que no era igual el amarillo de un narciso que el de un limón, a mirar entre las profundidades del bosque el reflejo de un rayo de sol, admirar la flor valiente que se erguía entre las piedras colocadas siglos atrás, a sentir en mis pies descalzos el rocío, a mirar las nubes en el calor de una roca, sentir la lluvia sin importarme.
Había aprendido a andar, a escoger voluntariamente donde poner mis pies, a ver, abrir mis ojos al arco iris de colores y tonalidades, a fijar mi vista y sostenerla, a sentir los sutiles aromas de la brisa, a saborear el agua cristalina, había aprendido quizás de nuevo a escuchar el latido de la tierra y a acompasar mi latir con ella.
Había aprendido a llegar a las ciudades y no sentirme mal, si no me quedaba a conocerlas, había aprendido a disfrutar de la gente en sus calles, había aprendido a recorrer los pueblos, a saludar sin conocer, a hacerme entender en otro lenguaje que no era el mio, a detenerme en una fuente por ver caer el agua, a sonreír sin más, a bailar en un camino, a cantar en un bosque, a no leer la prensa en un bar, a no importarme no ver la tele, a escoger el lugar adecuado para reposar por muy cansado que estuviera.
Había aprendido a agradecer estar vivo cada instante.
Lo había aprendido? o quizás ya estaba en mi? en mi interior, avasallado por la rutina, o quizás, por el ego?
Entonces, de que me había vaciado, de mi ego? de una vida marcada por un tiempo que no era el mio?
Porque las situaciones que ayer me lastimaban, ahora tomaban otra entidad?
El café se quedo frío.
Resonaban en mi interior dos palabras "buen camino", tantas veces escuchadas, tantas veces repetidas, en mi retina la sonrisa que las anticipaba, carente de cansancio, de esfuerzo, transparente como el agua de los manantiales.
Debía de quedarme con ese sentir, ahora que me había desprendido de pesos.
Debía de poner de nuevo un arco iris dentro de mi, sin importarme el que dirán.
Debía de renacer solo por el hecho de ser yo.
Yo, limpio, vacío, desprovisto de apegos.
Volví a la catedral, a emocionarme, a cumplir una promesa dada a un desconocido, a un semejante, a alguien que dirá siempre "buen camino".
Y de nuevo a las calles, a pintar la lluvia con mi sonrisa, a empezar a llenarme tan solo de lo que yo deseara.
Este había sido mi camino, mi "buen camino"
Un autocar me traslado a mi casa, a un cobijo temporal, ahora el tiempo, el lugar, lo decidía yo.
Mire por la ventanilla los paisajes que me eran conocidos.
Escrute los caminos, los bosques.
Allí, por aquel recodo, por aquella vereda, en ese puente.
Sentía que había un caminante, un peregrino.
"Buen camino" sonrió mi corazón.
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