Permanezco con los ojos cerrados intentando discernir si el zumbido esta en mi cabeza o acaso es el crepitar de la hojarasca por la que he caminado hasta derrumbarme.
Te acercas, escucho tus pasos.
Octubre, agita mis entrañas y revuelve mi estomago como el mal mosto, algo se derrumba en mi interior una vez más.
Siento el peso de tu mirada.
La tarde se ha quedado de un gris plomizo, la temperatura ha descendido varios grados provocando un escalofrió en mi cuerpo, me he puesto una chaqueta para contrarrestar esa sensación, aunque creo que ese temblor involuntario no es de frío.
Un café, por favor, te suplico.
Permanezco tumbado en el escalón de la plaza, aunque en realidad me imaginaba sentado en el viejo sofá al que esa misma mañana había colocado una colcha para cubrir los desperfectos de la tapicería en el afán de convertirlo en algo mas visual, seguía siendo igual de incomodo.
Dame algo, una moneda.
Aquella tarde se escuchaba un ligero murmullo procedente de la calle adyacente que se filtraba como un zumbido a través de los cristales donde una moscón se debatía frenéticamente en una lucha titánica entre salir o quedarse, como yo.
Llueve.
En la maleta guardo el aroma de su pecho y mis lagrimas. Mi traje de los domingos y un cuaderno en blanco. Pensaba escribir.
He escuchado el disparo.
Aquel día descubrí que no existía diferencia entre el sabor de su piel y el café.
Gracias por las monedas.
Un día alguien hablara de mi, quizás tú, fotografo o escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario