...Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si conociesen mi vida, y como soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de gente que hace y goza: y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan, carcajadas de la tímida gesticulación de mi vida. Fernando Pessoa.
He llegado a Lisboa a primera hora de la mañana, con la ciudad ya despertada y con mi cuerpo entumecido después de haberme pasado siete horas en un asiento de clase turista intentando conciliar el sueño entre la rigidez y el traqueteo continuo del vagón, a estas horas tan tempranas la estación de Santa Apolonia es un continuo ir y venir de viajeros habituales y de turistas que con sus mochilas y maletas de colores chillones llegan o se alejan de la ciudad.
Tomamos un café, que nos resucita en un pequeño establecimiento al lado del Museo Militar, pulcro, el camarero se afana en ir limpiando cualquier resto del anterior servicio, y cuyas vitrinas transparentes nos permiten descubrir como pueden convivir las latas de bebidas, las frutas, los dulces y los bocadillos en perfecta armonía, expuestos a las miradas ávidas de los allí presentes, aprovechando la conexión wiffi, busco la ubicación del residencial donde pernoctaremos. Nos disponemos a afrontar nuestro primer día en la ciudad con la necesidad de una ducha y despojarnos de la incomodidad de nuestra carga. Después de una larga caminata en sentido ascendente y dando un pequeño rodeo con el consiguiente sufrimiento de mi acompañante, cuya maleta brincaba por el adoquinado de las aceras, vistoso, pero muy irregular debido al paso del tiempo y a las raíces de los arboles aledaños que lo han ido deformando creando pequeños montículos que entorpecen el arrastre de la maleta.
Una ducha, cambio de ropa y empieza la aventura, nada programado, ir donde nos lleven nuestros pasos, ese es el objetivo del primer día, descubrir por primera vez todo aquello que se nos ponga al alcance sin que en nuestros ojos exista una visión de alguna guía turística.
Descendemos por la avenida del Almirante Reis, ruidosa, con bastantes establecimientos cerrados y algún que otro edificio en un estado deplorable, a la altura de Intendente nos empiezan a aparecer los primeros carteles de los lugares que en teoría deberíamos de visitar.
Tomamos una cerveza mientras decidimos que es lo que queremos ver, aprovecho el frescor del establecimiento para escribir una postal, y añadirla a este blog y en un pequeño homenaje a la anterior entrada.
Decidimos subir al Castelo de San Jorge, con lo que nos perdemos en un entramado de calle estrechas y en sentido ascendente, muchas de ellas con escaleras que facilitan en cierta manera el ascenso y el cansancio de los que no estamos acostumbrados a subir tanto. Me voy fijando en los balcones, con su ropa tendida, como gritando su pena, con fados desconsolados. Los retratos de antiguos moradores me permiten descubrir su pasado en una galería fotográfica imprimida en las fachadas de las calles sombreadas por su estrechez.
Pequeños establecimientos de bebidas y de recuerdos nos invitan a hacer una parada para refrescarnos en diminutas terrazas a pie de calle y observar a los turistas que al igual que nosotros instantes antes deambulan por las callejuelas, sudorosos.
Entramos en el castillo, después de hacer una larga cola, rodeados en su mayoría por ciudadanos asiáticos y previo pago de la consiguiente entrada. El castillo defendía la antigua ciudadela y se encuentra magníficamente conservado, buscamos los rincones que nos parecen mas interesantes para fotografiar la ciudad que ahora tenemos a nuestros pies, observándola tranquilamente desde las almenas sombreadas por olivos, al fondo el puente 25 de Abril que atraviesa las aguas del Tajo.
Concluida la visita nos disponemos a bajar lo subido, esta vez de una forma mas comoda aprovechando uno de los varios ascensores que comunican la parte alta con la baja y que se encuentran repartidos por la ciudad, comemos en un pequeño establecimiento el "prato do día", rodeados de libros antiguos que hojeamos con curiosidad mientras esperamos nos sirvan, una antigua librería reconvertida en casa de comidas, curiosa y acogedora, a la par que instruida.
Repuestas las energías continuamos hacia la Se Catedral, pasando por la fundación Jose Saramago, desde mi posición terrenal sigo contemplando los balcones, el entramado de cables, los baldosines con sus figuras geométricas y repetitivas en un añil marinero que mira al Tajo produciendo destellos de luz al atardecer.
Desde otro mirador contemplo una estampa curiosa que habla por si misma de las variables formas de obtener ingresos para viajar.
Seguimos andando, perdiéndonos en una ciudad de una forma virginal, la ciudad se nos esta descubriendo, la estamos contemplando por primera vez, nos esta grabando en nuestras retinas imágenes nunca antes contempladas, es una delicia observar todo por primera vez. Descendemos hasta el Terreiro do Paco, donde el bullicio de los turistas se mezcla con el de los habitantes en una plaza amplia, enorme, y donde desentona de una forma grotesca la pantalla y el escenario colocado para seguir a la selección de fútbol y que ahora se encuentra vació rompiendo con su color rojo la magnifica estampa de esta plaza Pombalina donde el arco de la Vía Augusta nos introducirá en sus calles comerciales perfectamente diseñadas y reconstruidas después del terremoto y posterior sunami de 1755 por el Marques de Pombal, estamos en la Baixa, una de las zonas mas comerciales de Lisboa.
El día de paseo y el calor esta ya haciendo mella junto con la noche pasada en el tren, con lo que decidimos recogernos optando por no caminar mas nos subimos a uno de los innumerables tranvías que discurren por la ciudad para dirigirnos a nuestro alojamiento.
tomamos unos "sandes" en un pequeño bar, también con su barra acristalada y compartimos mesa con un anciano solitario que nos invita a compartir su cena, "obrigado".
Mañana sera otro día.
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