Tu no.
Esa mañana, explosione en una fracción de segundo imperceptiblemente para él.
En los instantes siguientes a la deflagración no encontré ningún motivo para permanecer a su lado. Salí de la cocina mientras continuaba despotricando en el fogón, necesitaba un tiempo muerto.
-Yo no soy el causante de que se te peguen las lentejas, esa fue mi despedida.
A bocajarro, indudablemente las lentejas no fueron el detonante de ese altercado.
Su respuesta, frenética: -que te den- , con la misma ira con la que frotaba el estropajo contra el fondo del perol, me alcanzo justo cuando cerraba la puerta.
¡Timeout!
Salí de la ciudad llevándome los gemidos de mi corazón, aguantándome las nauseas hasta encontrar el lugar idóneo donde vomitar mis suspiros.
Lo suficientemente alejado de la población y del efluvio de las lentejas quemadas.
Necesitaba la paz de un lugar en el que desconectar las alarmas que había hecho saltar en mi interior, un espacio donde calibrar mis pensamientos sin sus interferencias.
Escuchadero, así denomino yo a esos lugares indeterminados, donde me refugio, donde me tranquilizo, donde evaluó, donde grito, donde me escucho. En la ciudad tengo dos... tres.
Pero en esta ocasión los habituales de la urbe no me sirvieron, tuve que hacer varios kilómetros para llegar a este, perdido en mitad de la nada, donde al menos se respiraba un aire puro que ventilo mis pulmones.
(Creo que tu también tendrás ese escuchadero especial, no me lo digas, es tuyo, para sentirte contigo mismo, sin ninguna injerencia.)
Aunque lo complicado es escucharse, al menos para mi, aunque quieras desprenderte de todos los apegos, casi siempre suele quedar un resquicio que nos condiciona.
Apenas habían transcurrido un par de horas, y el móvil creo recordar que había sonado ya tres o cuatro veces. Entendí su intranquilidad, en realidad quería suponer que era solamente desasosiego.
Lo apague, un resquicio menos.
Revolví en mi interior.
Recuerda:
"No eres la charla que oyes dentro de tu cabeza, eres la persona que oye esa charla." (Bill Harvey)
El entorno me tranquilizo y el paseo golpeando alguna que otra piedra hicieron que cambiara de perspectiva.
Regrese desprovisto de mi armadura.
Cuando entre en casa reclamándole para pedirle disculpas apercibí en sus ojos que seguía con un desanimo latente.
Un fuerte olor a vinagre inundaba la cocina, pero esa no era la causa de su mirada.
Yo también decidí utilizar un remedio casero para ablandar la costra que se nos había formado.
Le pedí disculpas, y espere pacientemente en el sillón un inicio de dialogo.
Estaba allí para escucharle con humildad, con sencillez. Mi voluntad estaba dispuesta y disponía de todo mi respeto.
Si sabes escuchar, muchos irán a hablarte. Sé atento, silencioso, recogido. Tal vez, antes de que pronuncies una palabra constructiva, el otro se habrá ido, feliz, liberado, iluminado. Pues lo que inconscientemente esperaba no era un consejo, una receta de vida, sino alguien en que apoyarse. ( Michel Quoist )
Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario